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jueves, 5 de noviembre de 2009

DISCURSO RELIGIOSO

Ejercicio de Centrado


A nada amo tanto como a Dios. Después le sigue mi esposa con quien hemos formado una verdadera Iglesia Doméstica. Como lo dijo ella al principio de nuestra unión, como una expresión de deseo: “Un hogar para la familia y un templo para los amigos”
A continuación viene mi Comunidad Afectiva a la que considero como una especie de Parroquia Doméstica, porque se siguen los mismos lineamientos generales que en el hogar, pero resulta ser mucho más amplia que éste. Luego entre las cosas mas amadas está mi Religión y dentro de ella, muy particularmente La Parroquia del Barrio y la Orden de La Merced.
Después le siguen mi Ciudad, mi Provincia y mi País.
Esta es mi escala de amores, por orden de prelación. Sin embargo hay todavía un sinnúmero de personas, cosas y lugares, a los que también amo, y esto es así, porque en general soy un verdadero enamorado de la vida y de los muchísimos sabores, aromas, paisajes, texturas y sonidos que ella nos ofrece.
Lo que este Dios Persona y Personal me ha ido enseñando, de a poco, es que a éste mundo lo podemos ver como un infierno, o como un paraíso, o como lo que en realidad es; algo a mitad de camino entre ambos extremos.
He sido extremista hasta lo revolucionario y hasta lo fundamentalista y he elegido con total libertad, posicionarme en la justa equidistancia entre los dos puntos antagónicos. Pero mantenerse allí en este “gris absoluto” es de las empresas más difíciles que uno pueda llegar a emprender, porque nuestras pasiones siempre nos llevan para un lado o para el otro, como hojas sopladas por el viento. Por eso es necesario, yo diría casi todos los días, realizar un ejercicio de meditación al que le llamaremos “centrado”.
Este ejercicio nos debe volver a equilibrar una y otra vez, cuando nos hayamos ido hacia los nocivos extremos.
Cuando vamos hacia ellos, por lo general nuestro estado de ánimo se pone, o bien melancólico y demasiado autocrítico, o bien con un cierto sentimiento de omnipotencia, en el sentido de que nos llegamos a creer que podemos todo lo que queremos, así de manera egoísta, sin importarnos el precio que pueda llegar a costarle el resultado de nuestros actos, a nuestro entorno de seres queridos.
El ejercicio de centrado nos debe permitir ver, en esos momentos por demás autocríticos, todo lo bueno que tenemos dentro nuestro y todos los logros que hemos ido realizando, con el paso del tiempo, como para que nuestro amor propio se vuelva a reestructurar.
Y contrariamente, cuando estamos omnipotentes, lo que debe lograr el ejercicio; es hacernos volver a la realidad, teniendo fundamentalmente en cuenta esa vieja máxima sobre que el ser humano es “uno y sus circunstancias”, de donde cabe deducir que los que nos rodean, son parte esencial de esas circunstancias. Debemos entonces tenerlos necesariamente presentes, antes de decidir llevar mas allá de la imaginación, nuestros sueños, anhelos y deseos.
Por decirlo de otra manera, deberíamos siempre hacerlos partícipes, en tales sueños y darles la oportunidad de que opinen sobre los mismos, en una concepción de nuestra propia “existencia social”, mucho mas democrática, de lo que de ordinario solemos ser.
Respecto de ésta última cuestión me gustaría mencionar una experiencia bastante frecuente que se da entre los amigos varones, cuando éstos son todos casados. Nos embromamos unos a otros, en una especie de competencia por ver quién es el menos dominado por su mujer. Al respecto recuerdo el comentario que me hizo un Fraile Mercedario sobre el asunto, cuando le pregunté sobre la cuestión. El dijo: “Pero que cosa tan hermosa estar dominado por el amor”.
Reparemos que el sacerdote no dijo “dominado por la esposa”, sino “por el amor”. La frase merece entonces una explicación. Estar dominado por la esposa sería para los machos ser una especie de calzonudo como le llaman las mujeres (un boludo con calzones y cabría agregar, con medias y sin los pantalones bien puestos)
Un dominado por el amor, en cambio, sería aquel que siempre tiene en cuenta, que antes de actuar se debe “dar” al prójimo, empezando por el mas próximo, que es en definitiva la pareja y en su caso, la familia y todo ello para terminar “recibiendo”. Esto es así porque como ya todos lo sabemos Amar; es un dar y recibir.
El que se ocupa de dar, o mas bien, de darse a si mismo a los demás, es una persona solidaria que sabe, que tarde o temprano va a recibir lo que le hace falta. Y resulta ser un necio el que pretende dar para recibir solamente de parte de aquel a quien le ha dado de manera excluyente.
El que está entrenado en el arte del dar, sabe que la Cuestión es como una especie de Sagrado Comercio de Bienes y Servicios, emparentado con la Divina Providencia.
Uno le da a quien esté necesitado de algo nuestro, y solo debe quedarle a cambio una mera “expectativa de recibir a futuro”, sin saber de parte de quién vendrá la paga.
Puede ser una retribución de parte de aquel al que le hemos dado, pero lo más común es que la paga sea “una compensación” que nos viene de forma prácticamente misteriosa, podríamos decir; Del Reino de los Cielos, a través de alguien o algo, que de repente nos aparece en nuestra vida y que nos colma de gracia.
De todas maneras, en la relación uno a uno, en la relación personal, cuando uno acostumbra a dar y el otro solo recibe, y así son los códigos del vínculo, la relación tiene por lo general dos alternativas, ante un inminente desgaste: O cambia, o se agota indefectiblemente y se termina por disolver.
Lo bello es cuando la relación cambia y para ello es muy importante el diálogo. Donde el que solo da, pueda expresarle al que nada mas recibe, de manera totalmente libre, su necesidad de recibir ante la hambruna y el agotamiento que está padeciendo.
Entonces, así como rezan los Evangelios: Pidan y se les dará, de donde debemos entender; Pidan a Dios en la oración y Él les proveerá. Nosotros debemos aprender a pedir al prójimo, cuando estemos necesitados de su amor o su reconocimiento, sin por ello llegar a convertirnos en pedigüeños.
Solo debemos pedir el alimento necesario para el sustento de nuestro espíritu y el amor propio, nada más. Más de esto nos convierte en demandantes.
Pero es muy importante que aprendamos a pedirle al prójimo, porque no nos basta con pedirle a Dios, si es que no hemos elegido la forma de vida del asceta.
Dios nos pide que lo amemos a Él, por sobre todas las cosas y luego al prójimo como a nosotros mismos. Por lo general entendemos esta máxima como que tenemos que darle a Dios por encima de todo y luego darle al prójimo como nos damos a nosotros mismos.
Pero la máxima dice amemos, y no debemos olvidarnos que el Amor también contiene “el recibir”, así que por extensión, debemos entender la máxima bíblica, también de la siguiente manera:
Pidamos a Dios, primero que a ninguna otra Persona, y luego al prójimo, como nos debemos pedir a nosotros mismos.
Y así como para dar, debemos ser no solo generosos, sino también respetuosos, para no llegar a “imponerle al otro” lo que le queremos dar.
Así también, para pedir debemos ser igual de respetuosos, pidiendo con mucha educación y humildad y en absoluto por medio de demandas y pleitos.
Así nos vamos internando cada vez más en el arte del diálogo y en el perfil del mediador.
Mediador no es otro que el que intenta acercar a las dos partes en conflicto, sin hacer hincapié en aquello que los desune, sino por el contrario, en todo lo que los une.
Recordemos entonces que no deberíamos caer en los pleitos, donde hay por un lado un acusador y por el otro un defensor y es el Juez quien le da la razón a uno u otro de manera fría, según las pruebas que aporten cada uno, pero que sin estar buscando la reconciliación, sino tan solo, la reparación de los daños provocados y nada mas. Lo que por lo general lleva al indefectible distanciamiento de las contrapartes.
Esto es lo que en la Ciencia Jurídica se denomina “Justicia Distributiva”, que persigue solamente dar a cada uno lo suyo y deriva de esa vieja máxima de Derecho Romano que decía: Ojo por ojo, diente por diente.
La Justicia Compensatoria es un concepto mucho más moderno, y que consiste; en pagar el daño causado con una moneda diferente a la perdida.
Un ejemplo nos va a clarificar la cuestión:
Si entre dos personas tienen una misma cosa. La Justicia distributiva manda a venderla o rematarla y dividir entre los copropietarios en conflicto el equivalente en dinero a la parte que cada una tenía sobre la cosa.
Uno tenía un 70% y el otro un 30% sobre la cosa, la cosa se vende en $ 100 le corresponde a uno $ 70 y al otro $ 30. Esto es dar a cada uno lo suyo.
La Justicia compensatoria puede resolver de éste otro modo: El que tiene un 70% sobre la cosa, tiene a su vez acreencias varias contra su condómino y resuelven que el valor total de las deudas impagas equivalen al 30% restante.
El condómino con mayor porcentaje se queda entonces con el 100% de la cosa y la otra parte queda liberada de todas sus deudas contra su socio. Esto es compensación.
Si bien los Jueces, fundamentalmente los del Derecho Privado, utilizan ambos tipos de Justicia para resolver sus casos, la compensatoria, es prácticamente patrimonio propio de los mediadores. Es mas, el Juez, que acude a la compensación, por lo general ha debido llamar a las partes a una audiencia para proponerles que arreglen el juicio y aquí el propio Juez estaría actuando como un mediador con poder para resolver en definitiva.
Volviendo entonces a nuestro tema principal; El amor maduro se vale mas de la compensación que de la distribución y el amante debe tener mas bien un Mediador Social dentro suyo, que un estricto juez civil o comercial.
Y cuando decimos dentro suyo, nos estamos refiriendo nada más y nada menos, que al mismísimo Dios, que se nos hace accesible a nuestra razón, por medio de la meditación, en el ejercicio de centrado y a través de nuestra consciencia más pura, a la que podemos llegar solo a través de la Oración.
¿Y qué es esto de la Oración? Pues tenemos tres tipo de Oración bien diferenciadas.
Una es la Oración vocal que es el rezo del Padre Nuestro, el Ave María o cualquier otra repetición de una oración dada.
El otro tipo de Oración es la meditación que consiste en una reflexión bien concentrada, sobre un tema que nos preocupa, basándonos en conceptos religiosos como La Palabra o diversos textos religiosos, cuyas enseñanzas las llevamos a nuestro mundo interior y al problema que nos convoca. Todo ello para avanzar en nuestro camino.
Y por último está la Oración contemplativa que se trata de un gran silencio en donde el orante observa la presencia de Dios y todos los Aspectos de Él, para ver en qué medida se refleja o no en ese Dios y Éste lo observa al orante con todas sus cosas buenas y malas y para la Redención y la Construcción del Reino, dentro del camino hacia la superación de la persona, también llamado el camino hacia la Santidad.
Pero como podremos haber advertido los tres tipos de Oración son auténticos diálogos.
En la oración vocal, le rezamos a Dios y luego el nos habla a través de los símbolos y las señales que nos pone en nuestro camino, donde nos damos cuenta que nos ha escuchado y se ha hecho presente.
En la meditación escuchamos a través de nuestros pensamientos más profundos, esos que nos dan la sensación de que no nos pertenecen, las Palabras que Dios nos va Revelando en su Magisterio, siendo nosotros sus discípulos.
Y “Las palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor…” (Canon 2717 del Catecismo Católico)
La Oración contemplativa es ya un verdadero don, que no todos hemos recibido aún y que nos pone en contacto con un “Dios amigo”, que sabemos nos ama de manera personal.

1 comentario:

Rubi Iñigo dijo...

Hola "amigo".
Gracias por tu presencia y hacerme saber que mis publicaciones son de vuestro agrado.
Gracias por publicar tan bellas palabras que simplemente a uno lo hacen reflexionar respecto a su condición como humano, para consigo mismo, con Dios y con el prójimo.
Os deseo con mucho cariño lo mejor para ti y tu familia.
Un abrazo y un beso desde Lima-Perú.